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Mandela: el hombre y su memoria

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www.jurgenschadeberg.com
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Todos hemos estado fascinados en las semanas anteriores por el jugador holandés Arjen Robben, a quienes muchos consideran uno de los mejores jugadores del Mundial de Brasil 2014.

Pero el nombre de Robben nos recuerda también otra historia, de mayor trascendencia: la de Nelson Mandela, quien estuvo prisionero por 18 años en la Isla Robben, 18 de los 27 años en total que estuvo en la cárcel. En el libro Long Walk to Freedom, Mandela cuenta como vivía allí:

«Nos levantábamos a las 5.30 con los gritos del vigilante nocturno. No teníamos agua corriente en nuestras celdas y en lugar de inodoro teníamos un cubo de hierro con una tapadera blanca de porcelana con un poco de agua para el afeitado y el lavado de manos y cara. A las 6.45 teníamos que limpiar la celda y era el único momento del día en el que podíamos hablar en voz bajita con los compañeros. El desayuno lo tomábamos en el interior de las celdas y eran gachas de cereales o maíz. Como todo lo demás en la prisión, las comidas eran discriminatorias. Los mestizos recibían una dieta mejor que los africanos. La comida era el motivo de muchas de nuestras protestas. Los vigilantes nos gritaban: ´Cafres estáis comiendo mejor de lo nunca lo habríais hecho en vuestras casas´. Trabajábamos picando piedra en el patio hasta el mediodía. No había descansos y no se nos estaba permitido bajar el ritmo. Nos daban decomer granos de maíz. A los mestizos arroz y verdura…»

Las Naciones Unidas han declarado el 18 de Julio como el Día Internacional Nelson Mandela, por la libertad, la justicia y la democracia. Creo que es justo recordar a un hombre que no es sólo modelo de luchador social y de compromiso con sus convicciones, sino que hay que recordar al estadista, al hombre que supo llevar a su país a otro nivel con la fuerza del ejemplo, la compasión y el respeto por los otros.

Sólo una persona como él era capaz de ayudar a su país a transitar de la división y el odio absoluto a la construcción de un país diverso y multicultural. Un ejemplo para los líderes de cualquier país.

Quienes han visto la película Invictus, la película de Clint Eastwood, habrán visto retratada la manera como el “Madiba” trataba a todos los que trabajaban con él, blancos o negros. El nombre de la película está inspirado en el poema de William Henley que mantuvo la esperanza de Mandela por muchos años en las terribles condiciones de Robben Island: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma…”

Mandela murió el 5 de diciembre del año pasado. Pero nos sigue inspirando. Creo que hay que aprovechar este día no sólo para recordar a Mandela sino para creer que otro mundo es posible dado que hay tantas personas como él, que van más allá de sus tareas y se convierten en inspiración para otros.

Benedetti se fue para dejarnos todo

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BenedettiHa muerto el maestro, el poeta de la alegría, de los Inventarios, de la primavera con esquina rota. El diario El País, como tantos otros harán en estos días, le hace un pequeño homenaje: «Era un hombre insobornable, el más comprometido de su tiempo. Su muerte deja en silencio mustio su época, su ejemplo y la raíz de sus versos. Pero los muchos que le cantan no lo dejarán, como él decía del verdadero amor, en lo oscuro.»

Angeles Mastretta, cuyo blog siempre sigo, cuenta igualmente cómo lo conoció, cómo fue que terminó comentando su libro «Mal de amores» en Madrid. «Quedamos de vernos, pronto, en Montevideo. ¿Cuando es pronto? A mí se me hace tarde siempre, dejé pasar doce años. Ahora, tendré que ir, a ver si me lo encuentro y caminamos, en la calle, codo a codo…»

No, yo nunca tuve el honor de conocerlo personalmente, ni entrevistarlo, ni seguir ninguna de sus clases y conferencias. Pero, como a muchos, su poesía y su narrativa están tejidas con mi memoria, con mis andares. «Primavera con esquina rota» me conmovió con el retrato del exilio, el amor y el desamor de los heridos y contusos de la dictadura, aunque con esa nota de inocencia y lucidez que es Beatriz, la gurisa… «La tregua» es otra de sus obras maestras, de un amor que inunda la vida gris de un hombre resignado a la soledad, pero que no dura, que fue sólo una flor en el desierto. He leido cada uno de los poemas de amor de los Inventarios y «El Amor, las Mujeres y la Vida», así como «Andamios». En todos ellos he encontrado siempre esperanza, luz, piedritas en la ventana que de vez en cuando lanza la alegría. Por todo ello, y porque sé que vives y seguirás viviendo en tu poesía… salud, Mario, «hasta que lloremos de tanto volver» como decía Vallejo…

Veleros

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(c) Tomado de Tripadvisor.com
(c) Tomado de Tripadvisor.com

Angeles Mastretta escribía esto en una de las últimas entradas de su blog:
«Si yo hubiera sido embarcación me habría gustado ser velero. Deslizarme empujada por el viento. No tener prisa, ni rumbo. No hacer ruido. Si fuéramos como barcos ¿quiénes serían nuestros náufragos? ¿Qué tesoros tiraríamos por la borda? ¿Qué milagro nos mantendría a flote? ¿A dónde iríamos cuando el mar fingiera estar en calma? ¿Cómo sería sobrevivir a la tormenta? ¿En qué mares se perdería nuestra cabeza?»

Interesante pensar nuestra vida como un barco en el océano, tal vez porque el mar es una metáfora de la vida, con sus olas, sus mareas. A veces también creo que la vida me ha ido llevando por mares diversos, por cielos distintos, con épocas de mar en calma, pero también con tormentas y tifones. Lo bueno de la visa, sin embargo, es que siempre ha habido otras embarcaciones cerca. Pero, por la inmensidad, hay algunas que estuvieron cerca (a veces muy cerca) y luego perdí de vista. Esto de despedirse siempre ha sido duro para mí, pero no hay modo, la marea nos arrastra y de pronto algunos otros u otras son sólo puntos en el horizonte y recuerdos en la memoria ¿son ellos nuestro naúfragos de los que habla Mastretta? ¿O son aquellos que se hundieron para siempre, sencilla y calladamente o de forma angustiosa? Arreglando fotos hace poco me doy cuenta que tengo mis muertos, pero da gusto ver que con algunos surcamos varias olas, vivimos una vida, y que ésta debe continuar en algún sitio, en algunas playas lejanas…

En fin, siempre se pueden sacar cosas de la inmensidad del mar. ¿O será reflejo de los mares interiores que tenemos dentro?

Mantener la propia memoria

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Thinking«Pensamos que las fotografías, los recortes de periódico, las cartas, los videos, los testimonios, los recuerdos, sostienen la memoria. Pero no la sostienen, la remplazan» (Ivan Thays. «Un Lugar Llamado Oreja de Perro)

Mi padre siempre tuvo un particular interés por ir marcando el paso del tiempo. Tomaba fotos de la familia y de cada uno de nosotros, de manera sistemática, en fechas especiales (cumpleaños, navidad, inicio de clases escolares). No había todavía la foto digital así que tenía que dosificar el rollo, para que le alcanzara. Luego, sobre todo en los primeros años cuando las fotos eran todavía en blanco y negro, se encargaba de escribir en un cuaderno detalles específicos para recordar el momento tales como el color exacto de la ropa que teníamos, la fecha y la hora… Teníamos igualmente una grabadora, aquellas de cinta, en la que grababa nuestras voces un par de veces al año, mientras cada uno, del más chico al más grande, daba un saludo, recitaba un poema aprendido en el colegio, o contaba lo que había hecho en las vacaciones. No contento con esto, coleccionaba las ediciones del diario El Pueblo o Correo, que se leían en Arequipa, de algunas fechas importantes, como la llegada del hombre a la luna, la caída de Allende, el fin de la guerra de Vietnam (estas colecciones se perdieron, lamentablemente en alguna de las muchas mudanzas).

Sin embargo, como dice Thays, estos artilugios no sostienen la memoria. Mirando y remirando las fotos de mi infancia, o escuchando las grabaciones antiguas, me doy cuenta de lo obvio… es entretenido ver nuestros rostros de pequeños, la vereda de la calle antigua, las ropas y los juguetes que alguna vez nos hicieron disfrutar. Pero, ¿dónde está lo extraordinario y cotidiano de aquellas épocas? ¿Dónde quedó el pan recién horneado de la panadería de la esquina donde iba a comprarlo, a las seis de la mañana? ¿Dónde la imaginación que hacía que mi viejo triciclo, con la pizarrita negra encima era mi avión caza con el que sobrevolaba los cielos europeos aunque estuviera al ras del suelo en el patio de mi casa? ¿Dónde el asombro de mi primer viaje al mar, en Mollendo, cuando tenía nueve años? ¿Dónde los terrores infantiles ante la visita al dentista? ¿Dónde la emoción de los días de cine y las películas de Perseo? Nada de esto y de otros tantos acontecimientos quedaron registrados en las minuciosas fotos o en las grabaciones de mi padre. Como tampoco creo que pueda capturar la infancia de mis hijos, a pesar de que hoy cuento con la videograbadora digital, la cámara sin restricciones de rollo, o cualquier otra herramienta de la globalización o la Internet.

Por eso, sólo espero estar atento y contar con mi propia memoria, la de carne y hueso, que aunque no la pueda medir en KBytes o GBytes, me devuelve una imagen interna de lo que soy, del niño que fui, de los cielos que visité. Y espero que mis hijos vayan atesorando sus propias historias y vivencias para que, de alguna manera sigamos viviendo en sus memorias cuando ya no estemos…